1. "Buenos Aires y el país" por Mempo Giardinelli.
2. "¿Qué significa escuchar?" por Edgardo Mocca.
3. "Ecos, reacciones, desafíos" por Mario Wainfeld.
BUENOS AIRES Y EL PAÍS *
por MEMPO GIARDINELLI *
La marcha de protesta del jueves 13 sigue dando que hablar. Y está bien, no hay dudas de que fue una manifestación significativa y a esas demostraciones siempre es necio ningunearlas. El Gobierno bien hará en tomar nota de algunos reclamos.
Del mismo modo, habría sido más sincero admitir que estuvieron detrás de la marcha. De hecho, TN se pasó toda esa noche aupando a personajes patéticos, como un irrecuperable señor Fernández, el pobrecito señor Bárbaro y el astuto millonario colombiano que es un todo terreno para definiciones apocalípticas, hasta que “recibieron” una llamada dizque espontánea del señor Macri.
Eso explica que la inmensa mayoría de los manifestantes fueron contra el gobierno nacional, pero no dijeron una sola palabra de la censura a los maestros porteños, la desatención hospitalaria o el negociado del Hospital Borda, y nada de los subtes abandonados, ni la mugre y la contaminación de todo tipo que impregna a Buenos Aires. Con todo lo cual estoy diciendo que fue un fenómeno, una vez más, porteño.
Cierto que se reprodujo con asistencias variadas en algunas (pocas) ciudades del interior, pero fue un asunto porteño. Un movimiento político, como tantos otros que se produjeron y producen, de la capital del país. Donde vive entre el 10 y el 15 por ciento de la población, buena parte de ella aturdida por el sonido y la furia de la exasperación, el resentimiento y la ansiedad.
En el Chaco, por ejemplo, ese jueves a la hora de la marcha no pasó nada. Y en la mayoría de las provincias, tampoco. Y me parece válido el señalamiento porque ya es tiempo de que alguien les diga a las dirigencias porteñas que muchos argentinos, millones, estamos hartos de esa soberbia capitalina que se apropió de nuestro gentilicio y cree representarnos.
Cierto que no se puede tapar el cielo con un dedo, pero tampoco cabe darle dimensiones nacionales a todo lo que sucede en un distrito históricamente remiso a las continuidades democráticas. ¿O hay que recordarle al país que todos los golpes de Estado se gestaron y produjeron en Buenos Aires? Todos los fragotes, todas las protestas populares, todas las inestabilidades destituyentes y todos los festejos ligeros fueron y son allí. Como si llenar u ocupar la Plaza de Mayo fuese una gesta representativa de la voluntad de la nación argentina. No lo es.
Por eso no hubo cacerolazos importantes más que en media docena de puntos del país, precisamente allí donde se hace eco el discurso neoliberal de muchos nostálgicos de Videla y de Cavallo, de Menem y del uno a uno que nos fundió la economía. Pregunten en Córdoba o Mendoza, por caso.
Es innegable que hay un sector de nuestra sociedad que está muy enojado. No hay que descalificar ese enojo, ni subestimarlo. Pero tampoco hay que atribuirle una importancia que no tiene. En ese contexto hay que subrayar que Buenos Aires no nos representa y es hora de que lo digamos. El otro día, un flaco, en el bar al que suelo ir, hizo este comentario, obviamente en broma: “¿Viste Cataluña? Quieren independizarse. ¿Qué tal si ayudamos a los porteños a que hagan como Cataluña?”. Enseguida saltaron dos de otra mesa, que entre maníes y quesitos hicieron su aporte: “Aguante la independencia porteña”, dijo uno al que llaman Toto. “Macri presidente, pero de Boca Unidos”, se carcajeó un tercero, para provocar a los correntinos del otro lado del río. Hubieran visto las caras de la concurrencia, los comentarios.
Curiosamente, fueron dos porteños notables que suelen enfrentarse en el debate intelectual los que, en mi opinión, mejor leyeron la manifestación.
Horacio González, agudo y sereno como siempre, reconoció la realidad y señaló con justeza las posibles luces amarillas que el kirchnerismo debería visualizar.
Y Beatriz Sarlo, con lucidez y atenuada ironía, recordó que “la clase media no debe convertirse en una clase maldita”, pero señalando a la vez lo que definió como “el drama” con estas palabras: “Detestar al kirchnerismo no produce política. Y hoy, en cualquier lugar del mundo, afirmar la primacía absoluta de los derechos individuales (yo hago lo que quiero con lo mío) es una versión patética y arcaica de lo que se cree liberalismo”.
En una democracia, la oposición y todos los disconformes con el gobierno de turno tienen todo el derecho de organizarse, como también tienen el deber de hacerlo. La libertad en la Argentina es absoluta y para ellos sólo debiera tratarse, entonces, de que se preparen para ganar las próximas elecciones y después las de 2015. Si es que pueden. Y si no, acompañar, les guste o no.
* Página/12, 2012-IX-23
¿QUÉ SIGNIFICA ESCUCHAR? **
por EDGARDO MOCCA **
Desde los oligopolios mediáticos viene el veredicto inapelable: “El Gobierno se ha decidido a no escuchar
el mensaje inequívoco de los cacerolazos y, por lo tanto, no toma nota
del descontento social”. La pregunta obvia, que obviamente no se hacen a
sí mismos esos comentaristas, es: ¿en qué consistiría que el Gobierno
“escuche” y “tome nota” de lo ocurrido?
Una
posibilidad habría sido que el Gobierno y sus partidarios hubieran
activado velozmente sus mecanismos de movilización popular: una
“contramarcha” así, en caliente, no hubiera logrado otro resultado que
el avance en espiral del clima de tensión política que visiblemente
persiguen quienes “espontáneamente” impulsaron y organizaron los golpes
de cacerolas. Se podía así construir una vívida imagen de dos Argentinas
furiosas y listas para las batallas definitivas. Muy razonablemente se
esquivó esta línea; en el futuro próximo habrá seguramente
demostraciones públicas favorables al Gobierno pero de ningún modo
formateadas en términos especulares a las que impulsan sus adversarios.
Otra manera de “escuchar” era la elaboración de medidas correctivas respecto de lo que había provocado el descontento
de los manifestantes. Aquí tal vez radique una clave interpretativa de
la situación y a su alrededor surge una amplia área problemática. Hay
una inevitable dispersión “programática” entre quienes protestan;
una dispersión, dicho sea de paso, que revela las dificultades de hacer
política sin políticos (por lo menos sin políticos que den la cara y
estén en condiciones de representar algo). La manifestación “clásica”
tenía una cartilla de reivindicaciones, una plataforma mínima y urgente,
alguna consigna central, algún argumento organizador; las marchas “espontáneas” que impulsa la derecha mediática carecen de esa legibilidad racional,
solamente pueden ser descifradas en términos de climas predominantes
que, en este caso, fueron prolijamente ocultados por quienes la
publicitaron y, allí dónde fueron inspeccionados –y no solamente en los
medios públicos– revelaron escenas de odio y revanchismo lindantes con el delirio.
Ahora
bien, aun en el supuesto de que la organización política hubiese
alcanzado o alcanzara en el futuro un nivel de unidad y articulación de
sus reclamos, ¿significa eso que “escucharlas” equivalga a satisfacer
sus demandas?, ¿sería realmente democrático que un
gobierno electo hace un año con guarismos aplastantes produzca un viraje
respecto del rumbo popularmente aprobado para poner en práctica las
propuestas de una manifestación callejera? Difícilmente
algunas de las personas liberales que claman por que el Gobierno escuche
a quienes protestan podría aprobar esta deriva de las cosas; salvo
que pueda distinguirse jurídicamente a las manifestaciones de la gente
buena, como las de hace unos días, respecto de las turbas populistas
que quieren imponer su voluntad por fuera de las instituciones
representativas, según el sonsonete con que siempre han caracterizado a
las movilizaciones obreras y populares.
A esta altura hay que decir que la oposición, en general, se montó en el clima de las marchas pero no avanzó en definiciones que pudieran darle carnadura política, es decir sin entrar en el ripioso camino de la propuesta.
Lo más creativo de los días siguientes a la marcha es que algunos
dirigentes y partidos se lanzaron a la junta de firmas contra la
reelección de la presidente, o sea contra un proyecto que no existe.
El silencio conceptual y programático tuvo una excepción: el ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, tomó la palabra casi inmediatamente después del cacerolazo para denostar a la Asignación Universal por Hijo y prometer su desaparición (a cambio de un vago “subsidio al trabajo”) si eventualmente Macri fuera elegido presidente.
Estos
dichos son muy significativos porque hasta ahora la derecha ha venido
siendo muy parca a la hora de hablar de su proyecto de país; su lenguaje ha sido el de los estereotipos y los slogans que...
a
fuerza de ser repetidos y multiplicados por las cadenas mediáticas
oligopólicas, acceden a la agenda pública. Dijo también el ministro que
es partidario de un Estado “garante” en lugar de uno “dador”, con lo que
dio a entender que no se trata solamente de la mencionada asignación
sino que la discusión que propone involucra a todo el presupuesto de
gastos estatal. Es posible que estemos en las vísperas de la gestación
de un nuevo relato alternativo, el de la centroderecha neoliberal. Así
es: no hay proyecto de ingresos y de gastos sin “relato”, sin un sistema
de valores, experiencias y expectativas que justifique por qué hay que
sacar plata de un lugar y ponerla en otro. Ese es el punto en el que
dejamos de ser individuos aislados e indiferentes y nos interesamos en
lo público desde la perspectiva de nuestros valores y nuestros
intereses. Es lo que realmente merece llamarse política.
Detrás de la demanda de que el Gobierno “escuche” el mensaje de la protesta está la falsa inocencia de quienes ocultan que lo que se está jugando en el país es la cuestión del poder político.
Esto no es en sí mismo una característica diferencial de la política
argentina: la política siempre es lucha por el poder. Lo específico de
nuestra situación podría estar dado por dos de sus aspectos. El primero
es que, como pocas veces, la tensión política gira alrededor de un eje
que separa dos grandes campos de fuerza, que son al mismo tiempo dos
grandes narrativas de nuestra historia. Esas narrativas colocan en
lugares diferentes al Estado, a la libertad económica, a los derechos de
los sectores populares, a la solidaridad con los más vulnerables, a la
soberanía nacional y a nuestro sistema de alianzas internacionales. En
suma, a la política. Ya se ha dicho en esta columna que el
reconocimiento de un corte político principal no equivale a la negación
de la pluralidad, la complejidad y la relatividad de los agrupamientos.
Porque se trata de bloques político-sociales que arma la política en su
dinámica de lucha por la hegemonía y no de monasterios o cuarteles
militares. Puede haber mucha gente que no reconozca y no se reconozca en
ese cuadro, pero si el cuadro es operativo en términos políticos –si
define elecciones, si organiza agendas y hasta complica amistades y
relaciones familiares– tiene existencia política real.
El
otro rasgo específico de nuestro conflicto político es la relativa
autonomía que tienen sus formas respecto de las formas y los calendarios
institucionales. Lo reveló una vez más la manifestación cacerolera: son
múltiples los testimonios que muestran que campeaba en la calle la
ansiedad de la inminencia: “Si estamos acá tiene que pasar algo”, parece
ser el mensaje central. Cierta mitología urbana, políticamente
menesterosa hay que decirlo, sostiene que cuando “la gente” golpea
cacerolas en magnitudes numéricamente considerables “pasa algo”. Tal vez
porque se trata de sectores sociales y culturales poco propensos a
ocupar la calle; no suelen ir, por ejemplo, a las marchas de recuerdo y
repudio en cada aniversario del golpe militar de 1976. No es sencillo
contar con que la desesperación colectiva que reflejaban algunos grupos
de manifestantes tenga a bien esperar pacientemente la oportunidad del
voto para intentar transformar la situación política. Quien vocifera
que la Presidenta se tiene que ir no está pensando en 2015. Y eso no
sería nada si fuera un delirio que no se conecta con la experiencia
política de muchas décadas de historia argentina. De la de casi todo
el siglo XX y también de la más reciente. De la que se rige por una
Constitución no escrita que dice que el presidente dura cuatro años
siempre que una situación de ingobernabilidad no lo obligue a renunciar
anticipadamente.
Las tensiones sustantivas y los
calendarios extrainstitucionales que ordenan a algunos de sus actores
son los rasgos específicos de la puja política argentina de estos días.
Sin recaer en fáciles simplificaciones, la proximidad del vencimiento
del plazo dictado por la Corte Suprema para la vigencia de la medida
cautelar que permitió al grupo Clarín incumplir la ley de medios
audiovisuales le pone un dramatismo especial a la escena. Cristina
Kirchner ha hecho varios anuncios durante la última semana. Uno de ellos
comporta el fortalecimiento de la Autoridad Federal de Servicios de
Comunicación Audiovisual con la propuesta de que pase a ser encabezada
por Martín Sabbatella. Se trata, ni más ni menos, que de la oficina que
tiene a su cargo la puesta en marcha en plenitud de la ley que
democratiza los medios. Eso también merece ser “escuchado”.
ECOS, REACCIONES, DESFÍOS ***
por MARIO WAINFELD ***
El espontaneísmo es la jactancia de los individualistas.
La mayoría de las movilizaciones cuentan con organización previa, lo
cual (por decir lo menos) no las desmerece en nada. Cuando exaltan la
pura espontaneidad de la movida del jueves pasado los manifestantes y
sus apologistas distorsionan la realidad y dan cuenta de su ideología.
Mensajes como los que se informan en estas mismas páginas, incitando a
una remake, circulan por las redes sociales. Hay previsibles ansias de
armar otro cacerolazo. Los gestores escamotean datos sobre su identidad,
es parte del juego. Algunos correos electrónicos son extraños, están
redactados usando formas verbales que excluyen el uso del “vos” y las
formas verbales que le corresponden.
Otros
mails tienen la marca de fábrica de los agentes de inteligencia o de
mentes afines. El cronista no recibe habitualmente este tipo de
correspondencia, imagina los motivos. De cualquier forma, algunos le
llegan por reenvíos de los lectores u oyentes de radio. Varios delirios
circulan: tratan de generar paranoia. Uno anticipa “un autogolpe de
Estado” con medidas paradójicamente ajenas a la cartilla oficial:
“brutal ajuste económico, aumento de tarifas, congelamiento de tarifas y
salarios”. Y, para redondear, “estado de sitio y hasta toque de queda”.
La mente enferma de los “services” deja sus huellas, trata de
amedrentar.
Estas jugadas existen, siempre rondan por
ahí. Pero cualquier reduccionismo (tal una de las tesis centrales de
esta nota) lleva al error de comprensión y al político. La manifestación de la semana pasada fue un éxito,
en relación con las expectativas propias y ajenas. “Hizo agenda”, dio
ínfulas a participantes y, con menor motivo y certezas, a dirigentes
políticos opositores. Es de manual que se proyecte otra. Y es más
que verosímil (jamás seguro, el futuro nunca está escrito) que crezca en
número. Los que fueron tienen incentivos para repetir, la difusión
puede tentar a otros ciudadanos, que se quedaron en casa.
Un
riesgo, cree este cronista, acecha al oficialismo. Es suponer que la
protesta sólo aglutina a exaltados gorilas, que los hubo y se dejaron
oír. También presuponer que sólo el odio mueve a los participantes,
aunque unos cuantos lo destilaron en dosis pestilentes. Y, sobre todo,
desdeñar todas las críticas o creer que éstas se encierran en la burbuja
de la minoría que se expresó.
En toda sociedad siempre
hay disconformidades, broncas, intereses heridos que pueden llevar al
reclamo. La sociedad argentina, en promedio, es mandada a hacer para
reclamar en calles y plazas. Minimizar la expansión del reclamo, con
recursos políticos democráticos, es un objetivo lógico del Gobierno. Lo
que es muy distinto a creer que eso se puede hacer sólo subestimando a
quienes lo cuestionaron o cuestionarán o simplificando su repertorio de
demandas u objeciones. O emitir señales que excluyen la introspección,
que no es una debilidad sino una sabiduría.
- - -
El veredicto de las urnas sigue vigente, el Gobierno está legitimado para implementar su proyecto. Revocar
la expropiación de YPF, la reforma del Banco Central, dar pasos atrás
en la ley de medios y muchos etcéteras equivaldría a traicionar el
contrato electoral. Exorbitante es pedirlo, defección sería acatarlo.
Quienes desde la oposición exigen...
cambios
rotundos en función de una protesta desmerecen al sistema democrático.
Pero sí debe someterse a análisis el modo en que se implementaron
medidas valorables, como la restricción de compra de divisas o a las
importaciones. Economistas bien afines al Gobierno concuerdan en que su
operatoria es mala, perjudica y por ende enfada eventualmente a quienes
no debe. La sintonía fina falla o falta ahí y quienes se consideren
damnificados no son golpistas potenciales, sino ciudadanos mal
atendidos.
El manejo de la paridad cambiaria es
resorte del Ejecutivo y sería fatal ceder a presiones devaluacionistas.
Insinuaciones como las que hizo Paolo Rocca, CEO de Techint, merecen ser
repelidas y divulgadas como lo hizo la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner. Pero el relato oficialista yerra cuando postula que la
cotización del dólar es un conflicto que enfrenta exclusivamente a
grandes productores (los sojeros entre ellos) contra los trabajadores.
Muchos, casi todos, los sectores exportadores tienen márgenes más
estrechos que los sojeros de la Pampa Húmeda. La ecuación de
rentabilidad para productos regionales se ha complicado en los últimos
tiempos. La solución no debe ser una devaluación general, cuyos efectos
castigarían a los laburantes y, para colmo, se espiralizaría velozmente.
Pero sí debe atenderse a esas situaciones con medidas más sofisticadas.
El economista Héctor Valle propone recuperar la herramienta de los
reintegros a cierto tipo de exportaciones, que equivale a una cotización diferencial.
Otros hablan de escalas diferentes de tipo de cambio. El cronista no
agrega valor en esos debates, pero sí remarca que esquematizar un
sistema productivo o una sociedad compleja de modo maniqueo lleva a
deslices de gestión o perjuicios injustos.
- - -
Problemas
cotidianos como la inflación, la inseguridad, el mal transporte urbano,
las inconsistencias del “sistema” de Salud causan malestar a millones
de argentinos. No son los de clases altas o medias altas los más
dañados. En este año se han acumulado problemas y hasta una tragedia en
esas áreas.
Cuando los caceroleros rezongan contra la
inseguridad no mentan un problema de los barrios altos. Las
movilizaciones que en estos mismos días se repiten en Lanús, por
ejemplo, hablan de una transversalidad del problema, que amerita ser
computada a la hora de atender o desdeñar señalamientos. En un plano
puramente pragmático, incita a imaginar si movilizaciones de diferente
origen social y político pueden converger.
La CGT de
Hugo Moyano (que era oficialista cuando se cosechó el 54 por ciento de
los votos) y la CTA de Pablo Micheli (opositora ha rato) unieron fuerzas
para una marcha en común (ver página 6).
Es factible reprobar sus alineamientos, pero no lo sería identificar a
quienes seguramente adherirán con las clases dominantes.
No
aumentar el mínimo no imponible para el impuesto a las Ganancias atañe a
los intereses de trabajadores de ingresos medianos. Ninguno de ellos
estará conforme, aunque la medida sea exigida por razones de equilibrio
financiero.
Los ejemplos pueden multiplicarse. Acciones
virtuosas tocan intereses sectoriales, algunos de privilegio. En buena
hora. De ahí a pretender que todas se han realizado a la perfección, sin
fallas de gestión o daños colaterales hay un abismo que el Gobierno
debería pensar en detalle.
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Ver y
oír a energúmenos gritando proclamas antidemocráticas, inhumanas a
veces, crispa los nervios. El que hace política, máxime si gobierna, no
debe dejarse arrastrar por la bronca o el afán de represalia.
Medir
científicamente la sensación térmica de una sociedad sería fantástico,
pero es imposible. Las encuestas pueden arrojar pistas, aunque
usualmente están contaminadas por el ansia de complacer al sponsor. Los
dirigentes políticos están forzados, pues, a hacerlo en buena medida a
ojímetro: en base a su saber o su intuición tanto como sumando
testimonios o atendiendo a miradas surtidas. La prudencia verbal de
gobernadores e intendentes oficialistas contrastó con la virulencia
oratoria de funcionarios que no controlan territorios. Cualquiera puede pifiarla, pero no es moco de pavo el pulso de los que están cerca de “los ciudadanos-vecinos”.
Uno
de los errores capitales del Gobierno en el conflicto con “el campo”
fue aglutinar a sus antagonistas en la protesta. Construyó
discursivamente un contrincante lineal y se ufanó en exceso de sus
virtudes. No aisló a su rival, engordó sus filas. Y lo que es más
chocante, se agregaron sectores sociales diferentes a los promotores de
la protesta. No está escrito que ahora vaya a ocurrir lo mismo, pero tampoco está predeterminado que no ocurra. Lo que pase dependerá de la destreza y la sutileza de los protagonistas.
La
política no es un juego de suma cero, en el que todo lo que pierde un
jugador lo gana otro. Puede ser de suma negativa, donde todos pierden
algo, como sucedió en la crisis que se desplegó entre 2001 y 2003 que
aún deja secuelas. O puede ser de suma positiva, cuando se generan
escenarios de avance social. O hasta de cooperación, que no siempre es
accesible. El proyecto de ampliación del derecho de voto a los jóvenes
es una iniciativa que expande fronteras: sumaría ciudadanos, ampliaría
la esfera democrática. También genera una coalición parlamentaria
pluripartidaria y coyuntural. Otro tanto sucedió con la ley de medios,
la expropiación de Repsol y el matrimonio igualitario sin agotar los
ejemplos. En esos casos, la polarización no se extrema, aunque siempre
queden sectores de privilegio o reaccionarios del otro lado. La
oposición se reagrupa, no se abroquela en el obstruccionismo.
Caer
en el juego del antagonista es una tentación digna de ser resistida.
Repasar la propia praxis en busca de mejorarla sin resignar el rumbo ni
el proyecto es una labor ardua. Cuando lo hizo el kirchnerismo obtuvo
logros estimables y hasta records en lo económico social y en la
competencia política. De eso se trata, antes y ahora.
*** mwainfeld@pagina12.com.ar